La adolescencia es un periodo difícil, ya que intervienen muchos cambios tanto físicos como psicológicos. El poder entender el origen de una conducta y poder gestionarla con las herramientas adecuadas es la clave para que no se convierta en una situación problemática.
A veces, los padres sienten desconcierto ante los comportamientos de los adolescentes, es como si aparecieran unas grietas en una casa nueva sin que haya un motivo aparente. Nuestra preocupación es saber qué es lo que ha provocado que aparezcan las grietas y no tanto “tapar” dichas grietas, ya que el problema se encuentra en los cimientos.
El comportamiento de los adolescentes generalmente no es el problema, sería como ver el humo en una habitación. Si quisiéramos que desapareciera, no sería suficiente con abrir las ventanas y ventilar la habitación, de lo que realmente tenemos que ocuparnos es de localizar el fuego y apagarlo. Así, no le daremos tanta importancia a la conducta que realizan los adolescentes, que sería como el humo, sino buscáremos el origen del fuego que está localizado en el cerebro.
Aunque al principio se pensaba que era al revés, se ha demostrado científicamente que primero sentimos y luego pensamos. El cerebro archiva la información que tiene una carga emocional. Por ejemplo ¿te acordarías dónde estabas el 11 de septiembre del 2001?, posiblemente te costará acordarte; pero si, en cambio, te preguntara ¿Dónde estabas el día que se cometió el atentado de las torres gemelas? Seguro que todos nos acordamos qué estábamos haciendo, en qué lugar y con quién estábamos, ya que el cerebro guarda los hechos que tienen una carga emocional.
El órgano que capta y procesa las emociones en el cerebro se llama amígdala, cuando capta peligro reacciona ante ese supuesto peligro. Genera de forma automática conductas de defensa que son inconscientes, automáticas, incongruentes, llaman la atención y son provocativas. A veces, los adultos y los adolescentes reaccionan de una forma desconcertante y que no es entendida racionalmente, ya que tiene una base emocional. Es lo que se llama comportamientos enmascaradores y por ello es importante saber gestionar el tema emocional.
A lo largo de nuestra vida vamos acumulando emociones de las experiencias que vivimos y vamos creando nuestras creencias de identidad que explican cómo soy, qué soy, si soy capaz, etc.…y todo ello se va grabando en la amígdala.
Así se van generando las creencias de identidad, a través de las vivencias que hemos ido experimentando en nuestra vida. Si esas creencias de identidad son negativas, como por ejemplo soy tonto, soy inferior a los demás, soy malo… etc., nuestra amígdala responderá con una mayor sensibilidad y se irá construyendo una autoestima negativa y las actitudes serán negativas.
La autoestima es lo que yo creo de mí, si ésta es positiva las actitudes y las ideas racionales serán positivas.
Si tratamos de abordar las conductas y las actitudes negativas con una comunicación directa desde la razón es cuando se disparan mecanismos de defensa y el resultado será infructuoso, es importante ayudar a eliminar creencias de identidad negativas y configurar una identidad personal positiva.
Nos enfadamos con los adolescentes porque pensamos que esas conductas son voluntarias y que las pueden cambiar con razonamientos racionales, que a veces consiguen todo lo contrario, como si fuera un boomerang en el que ayuda a generar ideas de identidad negativas y conductas de defensa.
Cuando realizan una conducta enmascaradora o defensiva es normal que se intente racionalizar y hablar con el adolescente preguntándole ¿Cómo has podido hacer esto? ¿Tú crees que esto es normal? “Pareces tonto” “Parece que no tengas nada en la cabeza”… Estos mensajes conectan con su creencia de identidad negativa “Soy tonto” y la autoestima mengua y la armadura aumenta.
El objetivo de la intervención que realizo en consulta es ayudar a recuperar la seguridad y la tranquilidad generando una buena autoestima, para que esas conductas enmascaradoras desaparezcan. Si tuviéramos un fuego encendido el humo serían las conductas enmascaradoras, pero si realmente quisiéramos que desapareciera, entonces deberíamos apagar las brasas que serían las creencias de identidad.
Es actuar como un bombero y podemos ayudar a los adolescentes a gestionar sus emociones enseñándoles a realizar el ciclo de planificación, para que puedan ver las consecuencias que pueden tener determinadas acciones. Cuando la autoestima es negativa se produce un bloqueo y el círculo de la planificación se rompe y salen las conductas enmascaradoras. Los adolescentes necesitan sentirse queridos y es importante que lo sientan. A veces sucede que no llegan a sentir ese querer.
Podemos ayudarle a planificar haciéndole preguntas para que pueda anticipar una situación que nosotros sabemos será problemática, preguntas como: ¿Qué crees que puedes hacer? ¿Si pasa esa situación, qué opciones tendrías? ¿Has pensado la repercusión que puede tener esa decisión?La sugerencia es desarrollar la comunicación emocional y empática, saber escuchar, hablar, entender, evitar juzgar y poner límites con firmeza, pero no con gritos y ser coherentes. Ante un hecho, el adolescente tiene que tener claro cuál puede ser la consecuencia de sus actos y que se sienta libre de elegir, y para ello los padres debemos anticipar el problema y realizar con el adolescente una negociación y unos pactos de lo que pasaría si no se cumple lo pactado. Si llegado el momento, decide no cumplir lo pactado, se aplicará el límite, pero no lo vivirá como un castigo (porque ha podido elegir), sino como una consecuencia a sus actos.
Por ejemplo, si tenemos un perro en la familia y hemos pactado que el adolescente por la noche lo sacará a pasear antes de la cena y que, si no lo hace, por cada día que no cumpla se le descontarán 2 € de la paga, si, llegado el momento no lo hace, cuando se le dé la paga se le descontará dicha cantidad. No se enfadará, porque no es un castigo, sino una consecuencia de lo que se ha pactado.
Es como si vamos a 140 km/h por la autopista, la norma dice que la velocidad máxima es 120 km/h, si me multan por exceder la velocidad será una consecuencia que aceptaré, ya que me estoy saltando las normas y soy libre de elegir cumplirlas o saltármelas. A los adolescentes, les da seguridad tener unos pactos y límites claros, pactar con planificación anticipatoria y respetar la toma de decisión en libertad, ya que a veces a los padres nos sabe mal ver que nuestros hijos eligen una opción que consideramos que no es acertada, pero ellos tienen que pasar por esa experiencia para que puedan realizar su valoración.
El castigo suele producir daños en la autoestima y provoca rebeldía, la labor de los padres es ayudar a los adolescentes a saber lo que quieren y que entiendan que no se trata sólo de hacer lo que a uno le gusta, sino que deben coger responsabilidades.
Tendrán una autoestima alta si se eliminan las creencias de identidad negativas y si tienen una configuración de la propia identidad personal positiva.
Los padres pueden ayudar entendiendo y no juzgando, es como cambiar las gafas con las que miramos la realidad. Es diferente ver la situación del adolescente considerando que la amígdala le hace tener esos comportamientos irracionales, que pensar que lo está haciendo conscientemente. En la consulta vamos a hacerle de espejo y que vea cómo funciona, que vea que la armadura que lleva es como un disfraz que se lo puede quitar como si fuera una máscara y ayudarle a expresar el malestar que siente.
Ayudamos al adolescente si diferenciamos en “HACER” o “SER”, si vemos que siempre pone el vaso de leche justo en la esquina de la mesa es diferente decirle: “Has tirado la leche y eres tonto”, aquí nos referimos a la entidad o al “SER”. En cambio, si le decimos. “Has tirado la leche y esta forma de dejar el vaso justo en el vértice de la mesa puede derramarla”, estamos refiriéndonos al “HACER”. De esta forma, como no se les despertarán las defensas, podrán pensar otra forma de hacer las cosas. Es muy importante qué dices y cómo lo dices.
Si tienes pactado que si derrama el vaso tendrá que recogerlo, si sucede tendrá claro que la consecuencia es tener que recogerlo y esta situación no provocará ningún enfado. Se le ayuda a que modifique su forma de hacer las cosas.
Fdo: Mercedes Ullod - Psicòloga Integral